El entorno más preciado
Nuestra granja está ubicada en un enclave que es como una bandera blanca en el mundo: todo aquello que es duro, allá se rinde. Por un lado, el Pirineo abandona su impetuosidad y se vuelve tierno y apacible. De otra, se ahogan todos los ruidos de las ciudades y solo queda el canto de los pájaros, el sonido de los cencerros y, por supuesto, el silencio.
Cuando cae el sol, los jabalíes y los ciervos saltan por los bordes de los riachuelos sembrando de leyendas oscuras nuestras tierras. Las colinas son suaves, y los valles, extensos bosques de robles y encinas. Algunos de estos árboles ya son tan viejos que seguro que vieron a la Bruna convertirse en el que es hoy. Y ella, la Bruna de los Pirineos, campa tranquila por unos prados que dos veces en el año se pintarían de flores silvestres si no fuera porque, a ellas, a las vacas, les encantan.
Nuestras vacas y nosotros vivimos del y para el territorio, y es tanto el que él nos ofrece, que le debemos un respeto. Nuestra manera devolverle el favor es cuidando su ciclo natural, eligiendo la armonía por encima de la productividad, apostando por la calidad y no por los números.
La sostenibilidad es, a parecer nuestro, la consecuencia natural del respeto.